#InstaMoment™ : Luis Enrique Zela-Koort
Fotos: Manuel Palacios.
Mi primera mascota no fue un perro, o un gato, o un pájaro, ni un pez. Fue un pollo. Ahora, esto puede sonar bastante exótico, hasta bucólico, la verdad es que fue todo eso y más, pero considero que, aunque suene igual de extraño, Plocky me hizo en gran parte la persona que soy hoy. No pienso demorarme en hablar del porqué es importante crecer con mascotas. Está probado en como, para los niños, son esenciales para explicar conceptos complejos como la muerte (y tener que jalar al pececillo por el güater), y el amor- uno que puede trascender especies para formar vínculos familiares. Últimamente, para mi Plocky fue un gran amigo, que me enseño varias lecciones valiosas
Yo tenía alrededor de 10 años, y como en la tómbola de cualquier colegio, estaban regalando pollitos. Personalmente me parece terrible que hagan eso, la mitad de ellos terminan torturados, pero muy aparte de eso, así empezó esta historia. Me lo entregaron en una bolsa de papel marrón, lo tuve conmigo todo el día, hasta que llegamos a casa: le preparé un hogar con una caja de zapatos, dentro del horno, con la luz prendida para mantenerlo cálido- y junto a unos cuantos granos de maíz, y una chapita de agua. Creció a ser muy engreído, te seguía como un perro para acurrucarse en tu cuello, o se escurría por debajo de tu polo para descansar sobre la piel cálida. Los primeros 3 meses pasaron volando, y era el único que había logrado sobrevivir, en comparación con los de mis amigos.
Era un poco caótico, pero sabíamos sobrellevarlo- lo entrenamos para que sepa usar pañales, y que nos pueda decir cuando se había ensuciado, le dábamos una dieta especial, incluso tenía una cama (para gatos, pero que funcionaba). A los 6 meses, junto con la cresta que empezó a asomarse, empezó a cantar todas las mañanas, los vecinos nos empezaron a odiar, y tuvimos que llevarlo al campo a vivir. Todos los fines de semana viajábamos al sur, así que lo visitábamos por lo menos 2 veces a la semana. En este nuevo espacio, había hecho varios amigos, un par de gallinas, y el perro de Brígida, con los que se llevaba muy bien. Así, fueron pasando los años, 3, 4, 5, y Plocky seguía feliz. Cada vez que me veía se pavoneaba y cantaba, para de un salto posarse sobre mi hombre, semejándose al loro de un joven pirata. Plocky tuvo hijos, y sus hijos tuvieron hijos. Expandió su reinado avícola para convertirse en el patriarca de una granja que, con su llegada, había cobrado vida. Falleció a los 6 años, excediendo la vida de cualquier gallo similar, y nunca dejó de comportarse como un perro encerrado en el cuerpo de un pollo.
Desde que se fué me cuesta comer carne, te hacen creer que los animales de granja son diferentes a tu Rotweiller o a tu gato Persa. Es mentira. También nos hacen creer que al final del día son animales, que no sienten, que no aman, todo eso también es mentira. Puedo contarles las muchas cosas que aprendí de él, desde compromiso, hasta en como la belleza se puede esconder en el recuerdo de un pico apoyado sobre mi mano. Plocky, gallo maldito, cómo te extraño.